PROCESO
DE DESARROLLO HUMANO
1.- Etapa prenatal ( desde la concepción hasta el nacimiento )
años )
3.- primera infancia ( de los tres a los seis años )
4.- pre adolescencia ( de los seis a los doce años )
5.- adolescencia ( de los doce a los veinte años )
6.- edad adulta temprana ( de los veinte a los cuarenta años )
7.- edad adulta intermedia ( de los 40 a los 65 años )
8.- edad adulta avanzada ( de los 65 años en adelante )
Adolescencia y juventud
En términos generales, la adolescencia . Se extiende a lo largo de la segunda década de la vida, pero en la mayor o menos precocidad influyen el clima, la raza y la cultura. Hay también diferencias individuales y de sexo. Los investigadores están de acuerdo en distinguir la a. propiamente dicha del periodo antecedente y preparatorio, ordinariamente conocido con el nombre de pubertad; entre otros psicólogos, Gruber, Bühler, Lersch, Remplein, Schlemmer, Zillig, Trammer y Hurlock dividen también la pubertad en dos etapas: una prepuberal, de los nueve a los 11-12 años, y otra puberal en sentido estricto, desde los 12 a los 16-17 años. El periodo restante, hasta los 21-23 años, constituye la adolescencia
Esta división es ecléctica y responde al registro de datos verificables desde perspectivas tan distintas como la meramente física o fisiológica y la del comportamiento.
8.- edad adulta avanzada ( de los 65 años en adelante )
Adolescencia y juventud
En términos generales, la adolescencia . Se extiende a lo largo de la segunda década de la vida, pero en la mayor o menos precocidad influyen el clima, la raza y la cultura. Hay también diferencias individuales y de sexo. Los investigadores están de acuerdo en distinguir la a. propiamente dicha del periodo antecedente y preparatorio, ordinariamente conocido con el nombre de pubertad; entre otros psicólogos, Gruber, Bühler, Lersch, Remplein, Schlemmer, Zillig, Trammer y Hurlock dividen también la pubertad en dos etapas: una prepuberal, de los nueve a los 11-12 años, y otra puberal en sentido estricto, desde los 12 a los 16-17 años. El periodo restante, hasta los 21-23 años, constituye la adolescencia
Esta división es ecléctica y responde al registro de datos verificables desde perspectivas tan distintas como la meramente física o fisiológica y la del comportamiento.
Adolescencia y juventud
En términos generales, la adolescencia . Se extiende a lo largo de la segunda década de la vida, pero en la mayor o menos precocidad influyen el clima, la raza y la cultura. Hay también diferencias individuales y de sexo. Los investigadores están de acuerdo en distinguir la a. propiamente dicha del periodo antecedente y preparatorio, ordinariamente conocido con el nombre de pubertad; entre otros psicólogos, Gruber, Bühler, Lersch, Remplein, Schlemmer, Zillig, Trammer y Hurlock dividen también la pubertad en dos etapas: una prepuberal, de los nueve a los 11-12 años, y otra puberal en sentido estricto, desde los 12 a los 16-17 años. El periodo restante, hasta los 21-23 años, constituye la adolescencia
Esta división es ecléctica y responde al registro de datos verificables desde perspectivas tan distintas como la meramente física o fisiológica y la del comportamiento.
Relacionado con el hecho que acabamos de señalar está el de la duración, intensidad crítica y alcance del periodo. Su ritmo y efectos dependen del nivel cultural y de las estructuras sociales y de grupo del propio individuo.
Rasgos corporales. Las modificaciones corporales traducen cambios orgánicos muy notables y se producen, sobre todo, en la fase puberal. Durante mucho tiempo se ha venido considerando como típica la aparición de los llamados caracteres sexuales secundarios, anuncio de la inmediata puesta a punto de la función genética.
Aspectos críticos.
El contacto con la propia intimidad revela al adolescente el carácter vacilante y fluido de la misma. A la aceleración de los ritmos biológicos se superpone la del tiempo psíquico.
La urdimbre afectiva del proceso no se agota en el aludido flujo y reflujo de aquella subjetividad tan desganada y vacilante de los principios. Justamente, la a. es la edad en que los sentimientos, afectos y emociones adquieren su peculiar entidad como modos del ser psíquico capaces de originar contenidos propios e irreducibles a otros procesos o estados.
Su valor práctico descansa en que, además de
poner de manifiesto ciertas correlaciones psicosomáticas, señala que el
desarrollo sigue una secuencia ordenada. Sin embargo, el análisis
fenomenológico de los caracteres críticos y sus efectos personales permite, de
una parte, comprender el fondo unitario de la a., y, de otra, reducir y
precisar sus límites cronológicos. Ni las evidentes y aceleradas modificaciones
corporales, ni la llamativa y, con frecuencia, conducta chocante, pueden ser
argumento en contra de su estimación entre la niñez y la edad adulta. Si, en
apariencia, el adolescente exhibe rasgos de ambas edades, la observación
rigurosa del fenómeno del cambio como tal, excluyendo reminiscencias infantiles
y las premoniciones de la madurez, permite situar la fase entre los 13-14 años
y los 19-20, con un ligero pero sensible adelanto y terminación del proceso a
favor de las muchachas; y no porque, como suele creerse, el varón sea
fisiológica o espiritualmente más lento, sino porque en el orden de la
naturaleza, su condición existencial, por más diferenciada, tarda más en
alcanzarse. Este retardo del desarrollo que caracteriza al hombre frente a las
restantes especies animales, es precisamente más evidente y significativo en el
varón que en la hembra y constituye el punto de partida de toda psicología diferencial.
Las dimensiones histórica y social de la vida
humana se revelan y configuran en el curso de la a. con un carácter de
exigencia inédito en etapas anteriores. Por de pronto, se admite que en las
últimas décadas se ha producido una aceleración en las etapas del desarrollo, y
que, además, éstas tienden a ser más breves. Sin perjuicio de volver sobre el
fenómeno al considerar las causas y motivos del mismo y su relación con los
aspectos críticos de la a., se subraya ahora para advertir la relatividad e
insuficiencia de los esquemas sobre el desarrollo personal fundados en
concepciones antropológicas dualistas.
Es cierto que la morfología externa e interna
de los órganos de la reproducción se alcanza en dicha fase, iniciándose
igualmente su actividad fisiológica. Pero ello no revela que la plena capacidad
funcional se haya logrado, ni que lo sexual se integre todavía en un
correlativo juego de fines y motivaciones de índole personal.
En las muchachas, la menarquía o primera
menstruación se presenta hacia la mitad de la fase puberal, alrededor de
los 13 años y medio. No al comienzo o al final de la misma, como se aseguraba
antiguamente, de acuerdo con la interpretación significativa del hecho como
criterio único de madurez sexual. A esta primera señal sigue un periodo de
esterilidad adolescente de varios meses de duración, en el que la ovulación
normal -desprendimiento de un óvulo fecundable- tampoco es regular. En el
muchacho, las primeras poluciones espontáneas se dan hacia los 14 años y medio,
durmiendo; su etiología y valor son discutibles: ni se presenta en todos los
niños, ni son regulares en su aparición, ni siquiera es frecuente el cortejo de
imágenes oníricas adecuadas
Los caracteres sexuales secundarios -aparición
del vello púbico y axilar, más el pelo de la barba en los varones; cambio en el
tono e intensidad de la voz; y, en las niñas, el aumento de volumen de las
mamas y el ensanchamiento de la pelvis-, relacionados hormonalmente con la
función sexual, deben considerarse como primarios, aun cuando dichas
modificaciones alcancen su significado completo dentro de otros cambios
morfológicos dependientes de correlaciones endocrinas de carácter general. Así,
el rápido aumento de la talla y peso, ciertas alteraciones óseas
revelables radiográficamente, la erupción de los segundos molares y el
desarrollo de la laringe.
Rasgos psíquicos. Las modificaciones del
psiquismo son extremadamente irregulares en cuanto al momento de su aparición,
si bien alcanzan su punto máximo hacia el final de la pubertad y principio de
la a. propiamente dicha: a los 15-16 años en las muchachas y a los 16-17 en los
chicos. Y a pesar de que las actitudes básicas de unos y de otras van a
diferenciarse claramente, el núcleo del fenómeno contiene muchas notas comunes.
Tales modificaciones afectan de modo fundamental a las disposiciones interiores
y a la proyección de las mismas en la esfera del comportamiento. Lo primero que
manifiesta el adolescente, en cualquier momento de la pubertad, es un cambio de
actitud global que en forma intermitente o progresiva acaba perfilándose entre
los 15 y 17 años.
Spranger lo ha definido muy bien: «en lugar de
la franqueza y de la confianza infantiles aparece, incluso frente a las
personas más próximas, una reserva taciturna, una tímida esquivez, un temor al
contacto psíquico. Al contrario de lo que ocurre al niño, que sólo sabe vivir
buscando apoyo en los adultos, el adolescente se distingue por una altanera
independencia, que tiene su asiento en un mundo interior propio, y cuyo anhelo
de relación con determinadas personas procede ya de propia elección»
La seguridad y coherencia del mundo infantil se
desmoronan; la actividad, como puro juego o afirmación vital, empieza a perder
sentido y el muchacho o la muchacha se repliegan sobre sí mismos buscando en la
intimidad un punto de apoyo que el sujeto sin referencias o lazos firmes
tampoco puede encontrar. Lo versátil de las intenciones y conducta del
adolescente refleja ese ir y venir de fuera a dentro y de dentro a fuera, hasta
que la aceptación del carácter precario de las propias realidades personales
libera las formas nuevas del impulso creador.
El hecho psicológico dominante es la vivencia
del aislamiento, y con ella, la experiencia radical de la distancia entre el yo
y todo cuanto le rodea. Desde el barrunto inicial, revelado en la terquedad y
el abandono de los intereses de la primera etapa escolar, a la
definitiva configuración del mismo como vivencia irreducible de ser uno y
distinto de lo demás y de los otros, lo que la a. muestra puede comprenderse
partiendo de este fenómeno. Todo aquello que en el mundo infantil representaba
la gran instancia aseguradora de la vida -personas y cosas domésticas-, se le
revela ahora insuficiente. Este vacío y desgana transforman las actitudes e
intereses del adolescente. Nada le atrae de manera decisiva y todo le distrae.
Carlota Bühler señala cómo, mientras al principio de la fase aumenta
rápidamente «el afán de instruirse en el interés por las condiciones dadas en
los objetos», después se cae, casi de manera brusca, en un subjetivismo
extremado. La franqueza más ingenua y la participación alegre en la vida
familiar, los juegos y las peripecias escolares, se convierten en rechazo
orgulloso, cuando no en indiferencia hostil y sombría. La curiosidad y el deseo
de saber declinan para reaparecer impregnados de espíritu crítico.
La conversión hacia la subjetividad se facilita
a partir de los 13-14 años por el interés que despiertan las modificaciones
corporales. Pero, la intimidad que ahora empieza a descubrir el adolescente,
tampoco le ofrece refugio seguro. Surge así un afán por comprenderse,
sujetar y sujetarse, una verdadera necesidad de conservar jirones de la
fluyente y escurridiza experiencia del encuentro consigo mismo, y cuya muestra
mejor son los diarios íntimos. La mayoría de los psicólogos consideran el
escrito autobiográfico tan característico de la edad de referencia como lo
fuera la actividad manual en materiales durante la segunda infancia (Bühler).
Las muchachas inician sus diarios entre los 14 y los 17 años; los muchachos,
algo más tarde. Se ha observado que la duración de los escritos, o es muy corta
-un año para los muchachos, tres para las muchachas-, o muy larga, hasta de 10
años. Tan sorprendente variación debe relacionarse con la intensidad de las
crisis y de sus propias exigencias, y su significado es paralelo al hecho de la
redacción tardía de diarios en sujetos que, no habiéndolos escrito durante la
adolescencia, lo hicieron en situaciones vitales de excepción (guerras,
cárceles, enfermedades graves y aventuras deportivas seguidas con notable
riesgo). En cualquier caso, pueden observarse, como testimonio de una positiva
maduración, significativos cambios del lenguaje que, de predominantemente
descriptivo al principio, se convierte en reflexivo a medida que transcurre el
tiempo.
El
espacio interior se amplía y en el espacio externo -físico- el fenómeno es
correlativo: las distancias aumentan en cualquier dirección. El sujeto se
siente empequeñecido y el característico egocentrismo de la edad no es sólo
repliegue, sino necesidad de prestancia, deseo de estimación. Nuevos intereses
aparecen en el horizonte personal, y aun las mismas realidades se muestran de
otra manera. El mundo concreto de las acciones prácticas de la infancia cede el
paso a un universo de abstracciones. El instinto de poder y apropiación se
transforma en deseo de comprensión, de posesión tan sentida como inteligente.
La mera curiosidad se muda en afán ideológico. La dilatación del espacio y del
tiempo vivido acrecentará, en el transcurso de la fase, la aptitud para manejar
con seguridad la lógica de las relaciones, de suerte que el vivenciar crítico
queda absorbido en una teoría coherente de significaciones y acontecimientos.
Se descubren y estiman los valores histórico-culturales, mientras una exigencia
de recreación y armonía arrastrará al adolescente hacia el final de la etapa.
ESTILOS DE CRIANZA
Existen muchas ideas
sobre cómo criar a los niños. Algunos padres adoptan las ideas que sus propios
padres usaron. Otros buscan consejos de sus amigos. Algunos leen libros sobre
cómo ser buenos padres. Otros toman clases ofrecidas en la comunidad. Nadie
tiene todas las respuestas. Sin embargo, los psicólogos y otros científicos
sociales ya saben cuáles prácticas de crianza son más eficaces y tienen más
probabilidad de llevar a resultados buenos para los niños.
Las ideas sobre cómo
criar a los niños se pueden agrupar en tres estilos. Estas son maneras
diferentes de decidir quién de la familia tiene qué responsabilidad.
Autoritario
Los padres autoritarios siempre tratan de estar en control y ejercer
control sobre los niños. Estos padres fijan reglas estrictas para tratar de
mantener el orden, y normalmente lo hacen sin demostrar mucho afecto o cariño
al niño. Tratan de establecer normas de conducta estrictas y generalmente son
muy críticos de los niños por que no satisfacen los criterios. Les dicen a los
niños lo que deben hacer, tratan de hacerles obedecer y normalmente no les dan
opciones para escoger.
Los padres autoritarios no explican por qué quieren que sus hijos hagan las
cosas. Si un niño pregunta sobre alguna regla u orden, quizás el padre le
conteste, "Porque yo dije". Los padres tienden a concentrarse en el
comportamiento negativo, en vez del positivo, y castigan o regañan a los niños,
muchas veces severamente, por que éstos no siguen las reglas.
Los hijos de padres autoritarios generalmente no aprenden a pensar por sí
mismos ni entienden por qué sus papás exigen cierto comportamiento.
Permisivo
Los padres permisivos
ceden la mayoría del control a los hijos. Fijan muy pocas reglas, si es que
fijan algunas, y las que sí fijan generalmente no se hacen cumplir de manera
uniforme. No quieren estar atados a una rutina. Quieren que sus hijos se sientan
libres. No establecen límites ni tienen expectativas claras de comportamiento
para sus hijos, y tienden a aceptarlos de manera cálida y cariñosa, no importa
la conducta de los niños.
Los padres permisivos
dan a los niños tantas opciones posibles, aún cuando el niño no sea capaz de
tomar una buena decisión. Tienden a aceptar el comportamiento del niño, sea
bueno o malo, y no hacen ningún comentario sobre si le beneficia o no. Quizás
se sienten incapaces de cambiar el mal comportamiento, u optan por no involucrarse.
Demócrata
o autoritativo
Los padres demócratas
ayudan a los niños a aprender a valerse por sí mismos y a pensar en las
consecuencias de su comportamiento. Lo hacen al dar a sus hijos expectativas
claras y razonables y al explicarles por qué esperan que los niños se porten de
cierta manera. Hacen seguimiento del comportamiento de los niños para
asegurarse de que cumplan las reglas y expectativas. Lo hacen de una manera
cálida y cariñosa. Muchas veces, tratan de pescar a los niños cuando se portan
bien para poder reforzar el buen comportamiento, en vez de concentrarse en el
malo.
Por ejemplo, al niño que
deja los juguetes en las escaleras le dicen que no lo debe hacer porque
"alguien podría tropezar con ellos y lastimarse o dañar el juguete".
Más adelante, los padres involucran a los hijos cuando fijan reglas y hacen
quehaceres. "¿Quién va a trapear el piso de la cocina y quién va a sacar
la basura?"
Los padres que tienen un
estilo democrático ofrecen opciones según las habilidades del niño. Para un
niño pequeño, la opción puede ser entre la camisa roja o de rayas. Para un niño
mayor, la opción puede ser entre una manzana, una naranja o un plátano. Los
padres guían el comportamiento de los niños enseñándoles, no castigándolos.
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