miércoles, 12 de junio de 2013

PROCESO DE DESARROLLO HUMANO

El ser humano se encuentra en un constante cambio, en todo lo que se refiere al desarrollo de individuo en sí mismo como persona. Es por ello que el concepto de desarrollo humano se ha ido alejando progresivamente de la esfera de la economía para incorporar otros aspectos igualmente relevantes para la vida, como la cultura, que también fue definiendo su papel frente al desarrollo.Así pues el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) define hoy al desarrollo humano como "el proceso de expansión de las capacidades de las personas que amplían sus opciones y oportunidades".  El desarrollo humano, según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, integra aspectos del desarrollo relativos al desarrollo social, el desarrollo económico, así como el desarrollo sostenible..El concepto de desarrollo humano tiene sus orígenes, como bien lo ha subrayado Amartya Sen, en el pensamiento clásico y, en particular, en las ideas de Aristóteles, quien consideraba que alcanzar la plenitud del florecimiento de las capacidades humanas es el sentido y fin de todo desarrollo.


LAS PRIMERAS ETAPAS
1.- Etapa prenatal ( desde la concepción hasta el nacimiento )



2.- infancia y etapa de los primeros pasos ( desde el nacimiento hasta los tres 
años )

3.- primera infancia ( de los tres a los seis años )

4.- pre adolescencia ( de los seis a los doce años )

5.- adolescencia ( de los doce a los veinte años )

6.- edad adulta temprana ( de los veinte a los cuarenta años )

7.- edad adulta intermedia ( de los 40 a los 65 años )

8.- edad adulta avanzada ( de los 65 años en adelante )


Adolescencia y juventud
En términos generales, la adolescencia . Se extiende a lo largo de la segunda década de la vida, pero en la mayor o menos precocidad influyen el clima, la raza y la cultura. Hay también diferencias individuales y de sexo. Los investigadores están de acuerdo en distinguir la a. propiamente dicha del periodo antecedente y preparatorio, ordinariamente conocido con el nombre de pubertad; entre otros psicólogos, Gruber, Bühler, Lersch, Remplein, Schlemmer, Zillig, Trammer y Hurlock  dividen también la pubertad en dos etapas: una prepuberal, de los nueve a los 11-12 años, y otra puberal en sentido estricto, desde los 12 a los 16-17 años. El periodo restante, hasta los 21-23 años, constituye la adolescencia
Esta división es ecléctica y responde al registro de datos verificables desde perspectivas tan distintas como la meramente física o fisiológica y la del comportamiento.
8.- edad adulta avanzada ( de los 65 años en adelante )
Adolescencia y juventud
En términos generales, la adolescencia . Se extiende a lo largo de la segunda década de la vida, pero en la mayor o menos precocidad influyen el clima, la raza y la cultura. Hay también diferencias individuales y de sexo. Los investigadores están de acuerdo en distinguir la a. propiamente dicha del periodo antecedente y preparatorio, ordinariamente conocido con el nombre de pubertad; entre otros psicólogos, Gruber, Bühler, Lersch, Remplein, Schlemmer, Zillig, Trammer y Hurlock  dividen también la pubertad en dos etapas: una prepuberal, de los nueve a los 11-12 años, y otra puberal en sentido estricto, desde los 12 a los 16-17 años. El periodo restante, hasta los 21-23 años, constituye la adolescencia
Esta división es ecléctica y responde al registro de datos verificables desde perspectivas tan distintas como la meramente física o fisiológica y la del comportamiento.
Adolescencia y juventud
En términos generales, la adolescencia . Se extiende a lo largo de la segunda década de la vida, pero en la mayor o menos precocidad influyen el clima, la raza y la cultura. Hay también diferencias individuales y de sexo. Los investigadores están de acuerdo en distinguir la a. propiamente dicha del periodo antecedente y preparatorio, ordinariamente conocido con el nombre de pubertad; entre otros psicólogos, Gruber, Bühler, Lersch, Remplein, Schlemmer, Zillig, Trammer y Hurlock  dividen también la pubertad en dos etapas: una prepuberal, de los nueve a los 11-12 años, y otra puberal en sentido estricto, desde los 12 a los 16-17 años. El periodo restante, hasta los 21-23 años, constituye la adolescencia
Esta división es ecléctica y responde al registro de datos verificables desde perspectivas tan distintas como la meramente física o fisiológica y la del comportamiento.
Relacionado con el hecho que acabamos de señalar está el de la duración, intensidad crítica y alcance del periodo. Su ritmo y efectos dependen del nivel cultural y de las estructuras sociales y de grupo del propio individuo.
Rasgos corporales. Las modificaciones corporales traducen cambios orgánicos muy notables y se producen, sobre todo, en la fase puberal. Durante mucho tiempo se ha venido considerando como típica la aparición de los llamados caracteres sexuales secundarios, anuncio de la inmediata puesta a punto de la función genética.

Este rápido desarrollo de la intimidad y la correlativa creación de un mundo interior propio comportan transformaciones que afectan a las diversas funciones y modos del ser psíquico. En la base hay como un apagamiento de la vivacidad de los impulsos y tendencias: como si las finalidades que los configuran instintivamente hubiesen desaparecido del horizonte personal. La causa estriba, sin duda, en una modificación del estado de ánimo fundamentalmente que cambia los modos y aun los contenidos de la vivencia o experimentar íntimos: una peculiar combinación de inseguridad y apatía que, en su proyección externa, va a revelar la contingencia y caducidad de todo lo que constituye el entorno del adolescente.
Aspectos críticos.
El contacto con la propia intimidad revela al adolescente el carácter vacilante y fluido de la misma. A la aceleración de los ritmos biológicos se superpone la del tiempo psíquico.
La urdimbre afectiva del proceso no se agota en el aludido flujo y reflujo de aquella subjetividad tan desganada y vacilante de los principios. Justamente, la a. es la edad en que los sentimientos, afectos y emociones adquieren su peculiar entidad como modos del ser psíquico capaces de originar contenidos propios e irreducibles a otros procesos o estados.


 
Su valor práctico descansa en que, además de poner de manifiesto ciertas correlaciones psicosomáticas, señala que el desarrollo sigue una secuencia ordenada. Sin embargo, el análisis fenomenológico de los caracteres críticos y sus efectos personales permite, de una parte, comprender el fondo unitario de la a., y, de otra, reducir y precisar sus límites cronológicos. Ni las evidentes y aceleradas modificaciones corporales, ni la llamativa y, con frecuencia, conducta chocante, pueden ser argumento en contra de su estimación entre la niñez y la edad adulta. Si, en apariencia, el adolescente exhibe rasgos de ambas edades, la observación rigurosa del fenómeno del cambio como tal, excluyendo reminiscencias infantiles y las premoniciones de la madurez, permite situar la fase entre los 13-14 años y los 19-20, con un ligero pero sensible adelanto y terminación del proceso a favor de las muchachas; y no porque, como suele creerse, el varón sea fisiológica o espiritualmente más lento, sino porque en el orden de la naturaleza, su condición existencial, por más diferenciada, tarda más en alcanzarse. Este retardo del desarrollo que caracteriza al hombre frente a las restantes especies animales, es precisamente más evidente y significativo en el varón que en la hembra y constituye el punto de partida de toda psicología diferencial.

Las dimensiones histórica y social de la vida humana se revelan y configuran en el curso de la a. con un carácter de exigencia inédito en etapas anteriores. Por de pronto, se admite que en las últimas décadas se ha producido una aceleración en las etapas del desarrollo, y que, además, éstas tienden a ser más breves. Sin perjuicio de volver sobre el fenómeno al considerar las causas y motivos del mismo y su relación con los aspectos críticos de la a., se subraya ahora para advertir la relatividad e insuficiencia de los esquemas sobre el desarrollo personal fundados en concepciones antropológicas dualistas.
Es cierto que la morfología externa e interna de los órganos de la reproducción se alcanza en dicha fase, iniciándose igualmente su actividad fisiológica. Pero ello no revela que la plena capacidad funcional se haya logrado, ni que lo sexual se integre todavía en un correlativo juego de fines y motivaciones de índole personal.
En las muchachas, la menarquía o primera menstruación se presenta hacia la mitad de la fase puberal, alrededor de los 13 años y medio. No al comienzo o al final de la misma, como se aseguraba antiguamente, de acuerdo con la interpretación significativa del hecho como criterio único de madurez sexual. A esta primera señal sigue un periodo de esterilidad adolescente de varios meses de duración, en el que la ovulación normal -desprendimiento de un óvulo fecundable- tampoco es regular. En el muchacho, las primeras poluciones espontáneas se dan hacia los 14 años y medio, durmiendo; su etiología y valor son discutibles: ni se presenta en todos los niños, ni son regulares en su aparición, ni siquiera es frecuente el cortejo de imágenes oníricas adecuadas
Los caracteres sexuales secundarios -aparición del vello púbico y axilar, más el pelo de la barba en los varones; cambio en el tono e intensidad de la voz; y, en las niñas, el aumento de volumen de las mamas y el ensanchamiento de la pelvis-, relacionados hormonalmente con la función sexual, deben considerarse como primarios, aun cuando dichas modificaciones alcancen su significado completo dentro de otros cambios morfológicos dependientes de correlaciones endocrinas de carácter general. Así, el rápido aumento de la talla y peso, ciertas alteraciones óseas revelables radiográficamente, la erupción de los segundos molares y el desarrollo de la laringe.
Rasgos psíquicos. Las modificaciones del psiquismo son extremadamente irregulares en cuanto al momento de su aparición, si bien alcanzan su punto máximo hacia el final de la pubertad y principio de la a. propiamente dicha: a los 15-16 años en las muchachas y a los 16-17 en los chicos. Y a pesar de que las actitudes básicas de unos y de otras van a diferenciarse claramente, el núcleo del fenómeno contiene muchas notas comunes. Tales modificaciones afectan de modo fundamental a las disposiciones interiores y a la proyección de las mismas en la esfera del comportamiento. Lo primero que manifiesta el adolescente, en cualquier momento de la pubertad, es un cambio de actitud global que en forma intermitente o progresiva acaba perfilándose entre los 15 y 17 años.
Spranger lo ha definido muy bien: «en lugar de la franqueza y de la confianza infantiles aparece, incluso frente a las personas más próximas, una reserva taciturna, una tímida esquivez, un temor al contacto psíquico. Al contrario de lo que ocurre al niño, que sólo sabe vivir buscando apoyo en los adultos, el adolescente se distingue por una altanera independencia, que tiene su asiento en un mundo interior propio, y cuyo anhelo de relación con determinadas personas procede ya de propia elección»
La seguridad y coherencia del mundo infantil se desmoronan; la actividad, como puro juego o afirmación vital, empieza a perder sentido y el muchacho o la muchacha se repliegan sobre sí mismos buscando en la intimidad un punto de apoyo que el sujeto sin referencias o lazos firmes tampoco puede encontrar. Lo versátil de las intenciones y conducta del adolescente refleja ese ir y venir de fuera a dentro y de dentro a fuera, hasta que la aceptación del carácter precario de las propias realidades personales libera las formas nuevas del impulso creador.
El hecho psicológico dominante es la vivencia del aislamiento, y con ella, la experiencia radical de la distancia entre el yo y todo cuanto le rodea. Desde el barrunto inicial, revelado en la terquedad y el abandono de los intereses de la primera etapa escolar, a la definitiva configuración del mismo como vivencia irreducible de ser uno y distinto de lo demás y de los otros, lo que la a. muestra puede comprenderse partiendo de este fenómeno. Todo aquello que en el mundo infantil representaba la gran instancia aseguradora de la vida -personas y cosas domésticas-, se le revela ahora insuficiente. Este vacío y desgana transforman las actitudes e intereses del adolescente. Nada le atrae de manera decisiva y todo le distrae. Carlota Bühler señala cómo, mientras al principio de la fase aumenta rápidamente «el afán de instruirse en el interés por las condiciones dadas en los objetos», después se cae, casi de manera brusca, en un subjetivismo extremado. La franqueza más ingenua y la participación alegre en la vida familiar, los juegos y las peripecias escolares, se convierten en rechazo orgulloso, cuando no en indiferencia hostil y sombría. La curiosidad y el deseo de saber declinan para reaparecer impregnados de espíritu crítico.
La conversión hacia la subjetividad se facilita a partir de los 13-14 años por el interés que despiertan las modificaciones corporales. Pero, la intimidad que ahora empieza a descubrir el adolescente, tampoco le ofrece refugio seguro. Surge así un afán por comprenderse, sujetar y sujetarse, una verdadera necesidad de conservar jirones de la fluyente y escurridiza experiencia del encuentro consigo mismo, y cuya muestra mejor son los diarios íntimos. La mayoría de los psicólogos consideran el escrito autobiográfico tan característico de la edad de referencia como lo fuera la actividad manual en materiales durante la segunda infancia (Bühler). Las muchachas inician sus diarios entre los 14 y los 17 años; los muchachos, algo más tarde. Se ha observado que la duración de los escritos, o es muy corta -un año para los muchachos, tres para las muchachas-, o muy larga, hasta de 10 años. Tan sorprendente variación debe relacionarse con la intensidad de las crisis y de sus propias exigencias, y su significado es paralelo al hecho de la redacción tardía de diarios en sujetos que, no habiéndolos escrito durante la adolescencia, lo hicieron en situaciones vitales de excepción (guerras, cárceles, enfermedades graves y aventuras deportivas seguidas con notable riesgo). En cualquier caso, pueden observarse, como testimonio de una positiva maduración, significativos cambios del lenguaje que, de predominantemente descriptivo al principio, se convierte en reflexivo a medida que transcurre el tiempo.
 El espacio interior se amplía y en el espacio externo -físico- el fenómeno es correlativo: las distancias aumentan en cualquier dirección. El sujeto se siente empequeñecido y el característico egocentrismo de la edad no es sólo repliegue, sino necesidad de prestancia, deseo de estimación. Nuevos intereses aparecen en el horizonte personal, y aun las mismas realidades se muestran de otra manera. El mundo concreto de las acciones prácticas de la infancia cede el paso a un universo de abstracciones. El instinto de poder y apropiación se transforma en deseo de comprensión, de posesión tan sentida como inteligente. La mera curiosidad se muda en afán ideológico. La dilatación del espacio y del tiempo vivido acrecentará, en el transcurso de la fase, la aptitud para manejar con seguridad la lógica de las relaciones, de suerte que el vivenciar crítico queda absorbido en una teoría coherente de significaciones y acontecimientos. Se descubren y estiman los valores histórico-culturales, mientras una exigencia de recreación y armonía arrastrará al adolescente hacia el final de la etapa.



ESTILOS DE CRIANZA
Existen muchas ideas sobre cómo criar a los niños. Algunos padres adoptan las ideas que sus propios padres usaron. Otros buscan consejos de sus amigos. Algunos leen libros sobre cómo ser buenos padres. Otros toman clases ofrecidas en la comunidad. Nadie tiene todas las respuestas. Sin embargo, los psicólogos y otros científicos sociales ya saben cuáles prácticas de crianza son más eficaces y tienen más probabilidad de llevar a resultados buenos para los niños.
Las ideas sobre cómo criar a los niños se pueden agrupar en tres estilos. Estas son maneras diferentes de decidir quién de la familia tiene qué responsabilidad.
Autoritario
Los padres autoritarios siempre tratan de estar en control y ejercer control sobre los niños. Estos padres fijan reglas estrictas para tratar de mantener el orden, y normalmente lo hacen sin demostrar mucho afecto o cariño al niño. Tratan de establecer normas de conducta estrictas y generalmente son muy críticos de los niños por que no satisfacen los criterios. Les dicen a los niños lo que deben hacer, tratan de hacerles obedecer y normalmente no les dan opciones para escoger.
Los padres autoritarios no explican por qué quieren que sus hijos hagan las cosas. Si un niño pregunta sobre alguna regla u orden, quizás el padre le conteste, "Porque yo dije". Los padres tienden a concentrarse en el comportamiento negativo, en vez del positivo, y castigan o regañan a los niños, muchas veces severamente, por que éstos no siguen las reglas.
Los hijos de padres autoritarios generalmente no aprenden a pensar por sí mismos ni entienden por qué sus papás exigen cierto comportamiento.

Permisivo

Los padres permisivos ceden la mayoría del control a los hijos. Fijan muy pocas reglas, si es que fijan algunas, y las que sí fijan generalmente no se hacen cumplir de manera uniforme. No quieren estar atados a una rutina. Quieren que sus hijos se sientan libres. No establecen límites ni tienen expectativas claras de comportamiento para sus hijos, y tienden a aceptarlos de manera cálida y cariñosa, no importa la conducta de los niños.
Los padres permisivos dan a los niños tantas opciones posibles, aún cuando el niño no sea capaz de tomar una buena decisión. Tienden a aceptar el comportamiento del niño, sea bueno o malo, y no hacen ningún comentario sobre si le beneficia o no. Quizás se sienten incapaces de cambiar el mal comportamiento, u optan por no involucrarse.

Demócrata o autoritativo

Los padres demócratas ayudan a los niños a aprender a valerse por sí mismos y a pensar en las consecuencias de su comportamiento. Lo hacen al dar a sus hijos expectativas claras y razonables y al explicarles por qué esperan que los niños se porten de cierta manera. Hacen seguimiento del comportamiento de los niños para asegurarse de que cumplan las reglas y expectativas. Lo hacen de una manera cálida y cariñosa. Muchas veces, tratan de pescar a los niños cuando se portan bien para poder reforzar el buen comportamiento, en vez de concentrarse en el malo.
Por ejemplo, al niño que deja los juguetes en las escaleras le dicen que no lo debe hacer porque "alguien podría tropezar con ellos y lastimarse o dañar el juguete". Más adelante, los padres involucran a los hijos cuando fijan reglas y hacen quehaceres. "¿Quién va a trapear el piso de la cocina y quién va a sacar la basura?"
Los padres que tienen un estilo democrático ofrecen opciones según las habilidades del niño. Para un niño pequeño, la opción puede ser entre la camisa roja o de rayas. Para un niño mayor, la opción puede ser entre una manzana, una naranja o un plátano. Los padres guían el comportamiento de los niños enseñándoles, no castigándolos. 


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